La Triunfante, de Teresa Cremisi

Sesión 85 (8 de enero de 2019)

Teresa Cremisi (Alejandría, 1945-   )

La Triunfante / Teresa Cremisi– Barcelona: Anagrama, 2016.– 191 p.

«Ésta es la historia de una niña de padre italiano y madre con pasaporte inglés, que creció en la Alejandría cosmopolita de la posguerra... En 1956, cuando era ya era una adolescente, la crisis del canal de Suez en el Egipto de Nasser la arrancó de su paraíso: la familia tuvo que emigrar, el padre se arruinó y a la madre le costó mucho adaptarse a su nueva vida en Milán. Algunas lecturas ayudaron a la joven protagonista a asentarse en un mundo en el que ya por siempre sería una extranjera: Stendhal, Conrad, Proust…, y también las aventuras de Corto Maltés, el marinero errante, y los poemas de Cavafis, habitante de Alejandría... Ya en París –donde vive el amor y el éxito profesional–, descubrirá la historia de La Triunfante, una corbeta francesa del siglo XIX que surcó el océano Pacífico para tomar posesión de las islas Marquesas, otro paraíso perdido, otro sueño de aventura portuaria.» (Anagrama)

(Lote de 20 ejemplares del libro disponible para su préstamo en el Centro de Documentación María Zambrano, del Instituto Andaluz de la Mujer)

Valoración

“… si se fían de una servidora y les gusta la literatura con mayúscula, elijan las memorias de una editora, La Triunfante, de Teresa Cremisi”. Así decía Heide Braun, ‘conductora’ de la librería Sidecar, en su Cartita número 152 de julio 2017 [más información sobre Sidecar y sus cartitas en la entrada de este blog dedicada a Los libros del 2018 (y algunos de años anteriores)].

Y así hemos leído algunas de las integrantes del grupo de lectura esta novela de clara inspiración autobiográfica, si bien hubo otras que opinaban de forma diferente y hablaron -más o menos, no son citas literales- de literatura ligera que se leía bien pero que no les había dejado gran poso (a mí desde luego me pasó lo contrario y terminé la obra emocionada); que se trataba de un personaje no demasiado interesante por ser de la ‘buena sociedad’ y por tanto sin grandes problemas económicos o de cualquier otro tipo (sin embargo otra compañera comentó que quizá sea más difícil sobreponerse a un cambio de la fortuna que ser siempre pobre y que la protagonista todo lo que había alcanzado en su vida adulta se debía a sus propios méritos, nada heredó de la familia pudiente en su día); que la protagonista era fría, que no se implicaba en las relaciones (muy interesante la palabra ‘apatheia‘ -“en el estoicismo, el estado mental alcanzado cuando una persona está libre de alteraciones emocionales”, según la Wikipedia-, citada por una compañera a colación de este comentario y en relación a la cultura del lugar de nacimiento de la protagonista -y de la propia autora-); incluso se dijo que su actitud podía considerarse hasta ‘sumisa’ (aunque también se podría entender como prudente y aquí recomiendo leer especialmente la cita de la página 117, recogida más abajo); o que habiendo sido la escritora editora de las emblemáticas editoriales francesas Gallimard o Flammarion bien podría haber contado jugosas anécdotas de las autoras y autores con los que había tratado (si bien otras preferíamos que se hubiera ceñido a sus experiencias vitales más que extenderse en otras historias).

En fin, que me atrevo a decir que se trata de un libro cuya lectura puede dejar huella por el conocimiento de la vida y de la cultura que muestra, aderezado con un cierto humor que aligera su lectura. Pero, como en todo en la vida, hay diversas opiniones y todas son igualmente válidas y respetables.

Mencionar como otros aspectos de interés los diversos paisajes por los que transita la protagonista, sus planteamientos en relación a la lengua y la elección del que quiso que fuera su idioma -cosa que usualmente nos viene dado-, o la mención de los libros más importantes en su vida, como son ‘La Cartuja de Parma’ de Stendhal, ‘Antonio y Cleopatra’ de Shakespeare, ‘La línea de la sombra’ de Conrad, ‘La lengua absuelta’ de Canetii, o los poemas de Cavafis, con uno de los cuales finaliza esta ‘autobiografía’ encubierta (ninguno de mujeres, cabe señalar…).

Acabar esta reseña con la siempre rica visión del libro de nuestra compañera Encina, que tuvo la gentileza de remitir por escrito dado que no iba a poder asistir a la reunión:

«La novela me ha encantado por varias razones.
En primer lugar por su estilo fluido y elegante; las palabras son simples y bien escogidas. Su escritura me resultó poética, sincera y con destellos de humor. Ya desde la primera línea me atrapó «Tengo una imaginación portuaria… aves marinas» (p. 9). Y así seguí atrapada hasta el final, por ejemplo p. 173 con la metáfora de los animales (delfín, tigre de bengala, erizo de mar) que acompañan las etapas de la vida.” (acceso a la crítica completa pulsando aquí)

Citas

P. 66-67: Hay un pasaje de La Cartuja de Parma que me encanta. Gina da consejos a Fabrice, y le transmite fielmente las ideas del conde Mosca, como viático antes de su marcha a la Academia…

Podría ser un buen comienzo para un tratado de supervivencia:

«… el conde, que conoce bien la Italia actual me ha encargado que te diga algo. Cree, o no creas, lo que te enseñan, pero no les lleves la contraria nunca. Imagínate que te enseñan las reglas del whist; ¿harías objeciones a esas reglas del whist?» Y más adelante: «La segunda cosa que el conde me encargó decirte es la siguiente: si se te ocurre una idea brillante, una réplica victoriosa para cambiar el hilo de la conversación, no se te ocurra ceder a la tentación de deslumbrar, sigue callado; la gente aguda verá tu talentos en tus ojos. Ya tendrás tiempo de tener talento cuando seas obispo.»

¡Ah, cuánto me gustaba también ese conde Mosca! Su moral era flexible, su juicio siempre despejado y su acción decidida. Estas cualidades no entraban en contradicción con su bondad y su tolerancia: sabía amar.

P. 96-97: Desde siempre, ya sea en la localidad donde vivo o en una ciudad de paso, la gente me aborda por la calle para preguntarme una dirección […] Thomas decía que yo era reconfortante, que todo el mudo sentía ganas de hablarme. Que inspiro confianza. Otros me lo han confirmado.

En mi opinión, es porque doy la impresión de saber adónde voy. Con la edad, se ha vuelto casi cierto, pero durante muchos años eso ha sido tan desatinado como preguntarle la dirección a un niño perdido…

P. 82: Tardé mucho en comprender que el hecho de ser mujer era, como suele decirse, un hándicap; no me había pareado a pensar en la evidencia de que era difícil proyectar un destino similar al de Lawrence de Arabia perteneciendo al sexo femenino […] la diferencia hombre-mujer estaba enmascarada por la verdadera división, que era social; se nacía o bien entre los autodenominados occidentales acaudalados, o bien entre el pueblo llano que vivía poco más o menos como en tiempos bíblicos…

P. 92-93: Justo al final de la década de 1960, apareció […] una breve antología de poemas de Constantino Cavafis […]

Su lectura producía la sensación física del tiempo transcurrido, del polvo acumulado, las paredes erosionadas por el viento…

P. 97: Casi cuatro años duró la aventura de la imprenta. Me exigió mucho esfuerzo, y empleé las armas de que disponía: curiosidad y nervios bien templados.

P. 99: Fue en Lugano, durante un verano -recuerdo el color de mis alpargatas-, cuando empecé a darme cuenta de que mi madre respiraba cada vez con mayor dificultad […]

Fue también en Lugano, una fría primavera -recuerdo mi impermeable azul con capucha-, donde tuvo lugar una escena silenciosa en una cafetería…

P. 117: Me había convertido en la mujer que no habría debido ser.

Nunca triunfante, siempre prudentemente disimulando: nunca orgullosa y directa, siempre un tono por debajo y campeona del eslalon; nunca tajante, a menudo humilde, a veces incluso penosamente sumisa. Mi impaciencia ahogada, mi carácter reprimido y mis sueños anestesiados.

P. 139-140: Giacomo [pareja de la protagonista] había hecho más ligera mi vida […] Gracias a él, había encontrado por fin mi juventud.

Poco a poco, fui abandonando mis acrobacias para gustar sin gustar demasiado, para expresarme sin hablar demasiado. Los seres a quienes había conocido seguían formando parte con frecuencia de una historia borrosa sobre la que tenía poca influencia. Pero él sí era real. Estaba contento de despertarse a mi lado, contento de pasear conmigo; nunca se inquietaba si llegaba con retraso; se alegró de llevarme por la escalera cuando me romí el pie; era libre de reírse o de aburrirse sin disimulo con mis palabras. No se preocupaba con psicologías, no disecaba mis gestos o mis palabras. Su cuerpo hablaba al mío con sencillez…

P. 149: Casi grité de entusiasmo: «¡Mira, mamá!», dirigiéndome a Giacomo . Me abrazó, me levantó y me besó: «¡Doble lapsus!Una mujer normal habría dicho: “¡Mira , papá!”»

P. 152: Años después me toparía por casualidad con el dosier que el gabinete de cazadores de talentos había suministrado al consejo de administración y que había sido decisivo para mi contratación… decía que yo carecía… de cualquier competencia financiera y de una preparación universitaria especifica, pero se basaba en tales carencias para ensalzar mis inmensas capacidades para rodearme de la gente adecuada, mi ausencia de susceptibilidad, mi gusto por el esfuerzo, etc.

P. 155: Una amiga […] me dijo un día […]: «La cincuentena es la vejez de la juventud, mientras que la sesentena es la juventud de la vejez.»

P. 157: Es una época ligada a la sensación de que los hilos de mi vida, muy ceñidamente trenzados mientras Giacomo vivió conmigo en la calle Monsieur-le-Prince, se soltaban y se deshacían, uno tras otro. Quedaba el fuerte vínculo que mantenía con mi trabajo y el que me unía a Francia y a la lengua francesa. Decididamente, ésos habrán sido los puntos de apoyo de mi vida.

p. 172: Vivo aquí [en Atrani] más de seis meses al año. Me reúno con Giacomo en Milán cuando comienza a llover de verdad y los días se hacen demasiado cortos. En otoño, pasamos quince días en París: paseos, inspecciones de reconocimiento y, a veces, buenas sorpresas. El desahogo económico permite que el final de la vida sea placentero si conseguimos no asfixiarnos de nostalgia.

p. 174-176: Siempre me ha asustado la pasión amorosa […] No me he olvidado de Pierre […] tenía once años y yo nueve o diez, creo: no paraba de decirme que me amaba, que se casaría conmigo cuando fuéramos mayores. Yo le decía que, cuando fuera mayor […] que no pensaba casarme, que todas las aventuras que me aguardaban me impedirían hacerlo […]

-Y, entonces, ¿si me amaras qué harías?

-Por ti, cualquier cosa.

-¿Podrías comerte esta lombriz?

-Sí.

Se la ofrecí […] Pierre se tragó la lombriz[…] Me quedé horrorizada. Había provocado algo espantoso. Yo era un monstruo[…] El amor era una catástrofe. El amor hacía cometer horrores. Nunca querría saber nada de eso.

[…]

Es un hándicap: nunca supe lo que era ser «una enamorada», eso que generalmente llamamos, con un suspiro, «una gran enamorada». Desde luego, tuve amigas que, en opinión de sus allegados, entraban en esa categoría, pero no puedo imaginarme con claridad qué es lo que significa desde dentro. Mujeres intensas, enormemente sensibles, prendadas por un amor absoluto. Si fuera un hombre con más de treinta años cambiaría de acera, saltaría a un taxi, ¡para mí la libertad! En cambio, si fuera una mujer… Vaya, otra vez empiezo a hablar de las mujeres como si no me concerniera. No consigo superarlo. Bueno, soy una mujer, habrá que admitirlo de una vez por todas; me rebelo instintivamente cuando se me enfrenta a esa evidencia, pero es un error, una debilidad, me declaro culpable. El meollo del asunto tal vez resida en mi poca afición por los toboganes afectivos que las historias de amor llevan aparejados. Pasión, ardores, sofocos, tormentos, lágrimas.

[…] no entiendo que se sufra por sufrir.

Mi forma de amar es primitiva: posible o imposible, gloriosa o trágica. Los estados intermedios me parecen superfluos…

P. 178: Cuando me instalé aquí [en Atrani], durante algunas semanas tuve la pretensión de «ser útil». Intenté poner en marcha actividades para niños y adultos, eventos culturales […] Pero nada funcionó realmente […] A posteriori, a mí misma me pareció estrafalaria la idea de adaptar a Shakespeare en una pequeña localidad habituada a los comadreos, lo gritos y los helados de limón. Me amoldé y cogí el ritmo adecuado: aquí todo se hace o deshace sin que intervenga la voluntad de nadie.

P.181: … Compruebo que uno de los problemas de la vejez, salvo en caso de enfermedad o de reblandecimiento cerebral, es que envejecimos jóvenes e, incluso, morimos jóvenes. La juventud regresa como un chorro de aire cálido porque la presión social se evapora

P. 182: Sentada en mi mesa del rincón conectado de la plaza, todas las tardes […] me entrego a mi placer del momento: la búsqueda en Internet. Para mí, ahora hay pocas cosas tan entretenidas […] El mecanismo de los motores de búsqueda es el mismo que el de la memoria. Un ovillo monstruoso. Hay que tirar de los hilos adecuados, lanzar asociaciones de palabras, invertirlas, desplazarlas enriquecerlas; y luego anudar y trenzar. Aprender a sobrevolar los resultados repetitivos, y reactivar la búsqueda cuando se obtiene algo interesante o realmente nuevo. Cuanto más se investiga, más novelesco resulta. Avanzas a través de un bosque frondoso…

P. 191: No habré escrito ninguna coma de la Historia, nada habrá alterado ni añadido mi existencia al destino del mundo […]

Pero este mundo lo habré mirado mucho.

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Por ahora este título es el único que ha publicado la autora.

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