Canción dulce, de Leila Slimani

Sesión 77 (12 de diciembre de 2017)

Leila Slimani (Rabat, 1981-   )

Canción dulce / Leila Slimani. — Barcelona: Cabaret Voltaire, 2017.– 277 p.

«Myriam, madre de dos niños, decide reemprender su actividad laboral en un bufete de abogados a pesar de las reticencias de su marido. Tras un minucioso proceso de selección para encontrar una niñera, se deciden por Louise, que rápidamente conquista el corazón de los niños y se convierte en una figura imprescindible en el hogar. Pero poco a poco la trampa de la interdependencia va a convertirse en un drama.»

(Lote de libros prestado por la Biblioteca de la Fundación Tres Culturas)

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Valoración

Nuestra compañera Carmen Jiménez, autora del blog Sevilla Cinéfila -imprescindible para quienes quieran tener información actualizada y crítica de las películas en cartelera, además de otras actividades relacionadas con la Cultura en general que tienen lugar en nuestra ciudad-, hizo en su momento una entrada en su blog cuya lectura recomiendo vivamente pues recoge una completa crónica de la reunión en torno al libro en la que aporta, además, su siempre rica visión del mismo.

Poco que agregar a lo que dice Carmen. Solo destacar algunos comentarios que se hicieron en la reunión que me llamaron especialmente la atención, como que vivimos en una sociedad en la que los caminos de las personas más desfavorecidas pueden llegar a cruzarse con los de las que tienen más formación y poder adquisitivo pero no llegan a tocarse realmente; parece como si viviéramos en mundos distintos. También lo llamativo que resulta que la principal responsabilidad del cuidado de las hijas e hijos pequeños -aunque no se habló del tema, yo aquí agregaría la atención a familiares mayores y/o con enfermedades o limitaciones de algún tipo- recaiga casi invariablemente sobre las mujeres -y el sentimiento de culpa de las mismas si no lo hacen de forma perfecta-, al igual que el cuidado de las niñas y niños ajenos, trabajo al cargo casi en exclusiva de otras mujeres que, en ocasiones, tienen que desatender a su propia familia para ello. Y, como dijo otra compañera, también cabría preguntarse de dónde viene el llamado sentido maternal, si es algo connatural a las mujeres o se trata, al menos en parte, de un mandato patriarcal más.

Desde mi punto de vista, todo se explica con la reflexión de que la nuestra es en una Sociedad Capitalista Patriarcal que divide a las personas en clases y en sexos con distintos derechos y privilegios, y que, en general, parece que mueve a que vivamos para trabajar, más en el caso de las mujeres, que en su mayoría siguen sufriendo la llamada doble jornada laboral. Mención aparte merecería la violencia que este tipo de sociedad conlleva, que en este libro se muestra a su forma más extrema.

Una obra, pues, que yo calificaría de imprescindible para quienes tengan interés en que sus lecturas, además de ser amenas, les sirvan para reflexionar sobre la vida en general y las temáticas de género en particular.

Más información

Muy recomendables, también, las entradas de la Fundación Tres Culturas relacionadas con este libro, cuyo lote fue prestado a nuestro grupo de lectura por su Biblioteca, que tuvo el gran acierto de organizar la presentación de la obra en la sede de la entidad, para lo que contó con la presencia de la autora:

Citas del libro

P. 126 [Sobre Louise, la niñera]: “La soledad actuaba como una droga de la que no sabía si quería prescindir. Deambulaba por las calles, como ida, con los ojos desencajadas hasta hacerle daño. En su soledad, se puso a observar a las personas. A observarlas de verdad. La existencia de los demás se volvía palpable, vibrante, más real que nunca. Escrutaba, en sus menores de talles, los gestos de las parejas sentadas en las terrazas de los cafés. Las miradas furtivas de los ancianos abandonados… Cada día se topaba con compañeros en el infortunio, que hablaban solos, dementes, mendigos.

La ciudad, en aquellos tiempos, estaba habitada por locos.

P. 142-143 [Sobre Wafa, compañera de Louise, en el parque donde están ambas con lxs niñxs que cuidan]: “Ante Louise y su silencio, Wafa habla como si se confesar con un sacerdote o declarara ante la policía […]

Wafa teme envejecer en uno de esos parques. Sentir crujir sus rodillas sentada en esos viejos bancos helados, sin siquiera tener fuerza para levantar a un niño. Alphonse crecerá. No volverá a pisar un parque público en una tarde de invierno. Él irá al sol. Se tomará vacaciones. Quizá incluso algún día duerma en una de las habitaciones del Grand Hotel donde ella daba masajes a hombres. Él, que ella ha cuidado, se hará servir por alguna de sus hermanas o de sus primos, en la terraza, con el suelo de baldosas amarillas y azules.

«Ves, todo gira y todo da la vuelta. Su infancia y mi vejez. Mi juventud y su vida de hombre. El destino es vicioso como un reptil, siempre se las arregla para empujarnos hacia el lado equivocado.»”

P. 144-145: “La vida se ha convertido en una sucesión de tareas, de compromisos, de citas ineludibles. Myriam y Paul están desbordados. Les gusta decirlo, como si ese agotamiento fuera la señal premonitora de su éxito. Su vida se desborda, apenas queda lugar para el sueño, ninguno para la contemplación. Corren de un sitio a otro, se cambian de zapatos en el taxi, toman copas con gente importante para su trabajo. Los dos juntos se han convertido en los jefes de una empresa que funciona, con objetivos claros, ingresos y gastos.

Por toda la casa hay listas que Myriam escribe, en una servilleta de papel, en un post-it o en la última página de un libro. Se pasa el tiempo buscándolas. Teme tirarlas, como si con ello perdiera el hilo de las tareas pendientes…

P. 149 [Sobre Paul]: “… Al convertirse en padre, adquirió unos principios y unas certezas, algo que se había propuesto a sí mismo no tener nunca. Su generosidad se volvió relativa. Sus pasiones se templaron. Su universo había encogido.

P. 158 [Sobre Sylvie, madre de Paul]: “… Con ella no hay normas. No los inunda de regalos inútiles, como hacen los padres, que intentan así compensar sus ausencias…

Para hacer rabiar a su nuera los llama «mis gorriones caídos del nido». Le gusta compadecerse de ellos por vivir en la ciudad, sufrir su incivismo y contaminación. Desearía ampliar el horizonte de esos críos destinados a un futuro de gente correcta, servil y, a su vez, autoritaria. Unos miedicas.”

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