Ciencia y sabiduría del amor…, de Rosa María Medina Doménech

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cubierta_ciencia_sabiduria_amorHoy, jueves 30 de enero de 2014, a las 19 h. en la sede de Fundación María Fulmen (C/ Zaragoza, 36. Sevilla), presentamos el libro «Ciencia y sabiduría del amor. Una historia cultural del franquismo (1940-1960)» (Iberoamericana / Vervuert, 2013), de Rosa María Medina Doménech, profesora titular de Historia de la Ciencia de la Universidad de Granada, con participación de la propia autora y de su colega María Sierra, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla.

En la obra la autora aborda la historia del amor en las dos décadas posteriores a la Guerra Civil, tratando con ello de acceder no sólo a las sutilezas de los aparatos de control del Estado franquista sino, sobre todo, a las resistencias, saberes y tácticas cotidianas producidas por las mujeres de la época.

Con motivo de la edición del libro, la librería Cazarabet (Mas de las Matas, Teruel) hizo una entrevista a Rosa María Medina Doménech que reproducimos por su gran interés.

Antes, comentar que Rosa María forma parte de una Red de trabajo sobre emociones con perspectiva de género y feminista que recientemente ha puesto en marcha el blog Emocríticas. También, y este ya a título particula, mantiene el blog Saberes subalternos con contenidos que tienen que ver con los conocimientos que se desarrollan «en los márgenes».

Entrevista de la librería Cazarabet a Rosa María Medina Doménech

rosa_medina_domenechDesde la pluma de Rosa María Medina Domènech y bajo el paraguas de editorial Iberoamericana/Vervuert se aborda la historia del amor en la posguerra española… en las dos décadas inmediatamente posteriores [a la Guerra civil] y lo hace partiendo desde la idea cultural como parte sustancial de la comprensión humana de la realidad y como forma de organizar las prácticas individuales y sociales que desempeñaron un papel crucial en la subordinación de las mujeres mediante la definición de su identidad y su subjetividad.

– Rosa María, parece que este libro pudiese estar escrito por Eduard Punset porque el tema y la manera de tratarlo se acerca mucho a sus formas, rompamos el hielo, ¿qué piensas?

– La similitud con Punset podría establecerse si miras los contenidos científicos, es decir, que también me interesa, como a él, la manera en que la ciencia también ha contribuido a nuestras ideas contemporáneas sobre el amor. A partir de ahí la distancia con Punset es total, yo no estoy “enamorada” de la ciencia. Pienso que hay mucha sabiduría en la cultura popular aunque no se fabrique en laboratorios ni se publique en revistas de “impacto”. Mi intención como historiadora de la ciencia y el saber es conocer cómo contribuye la ciencia, con frecuencia, a proponer normas de funcionamiento social y cultural, cómo forma parte de la cultura en su conjunto tratando de auto-adjudicarse un lugar de privilegio. Especialmente en cuestiones relacionadas con las diferencias entre hombres y mujeres, la ciencia ha tenido intenciones muy “normativas”, es decir, ha intentado contribuir a un determinado orden social (y no a otros posibles), proponiendo –a veces de maneras muy coercitivas– cómo tenemos que ser para adecuarnos a la norma y no quedar “excluidas” por “anormales” . También, como he tratado de mostrar en mi libro, es necesario conocer las ideas innovadoras que generan los grupos “subalternos”, es decir, los que, como las mujeres, se escapan de la hegemonía en la que el poder pretende encorsetar a la realidad.

– Cuando nos enamoramos, ¿qué “parte de culpa” tiene el cerebro y nuestras hormonas?

– Los humanos somos seres vivos y las ciencias biológicas tratan de explicarnos. El problema es que muchas veces se transmite una visión determinista de la biología. Históricamente, esta idea, el “determinismo biológico”, ha sido muy peligrosa. Me refiero, por ejemplo, a la explicación racista de la humanidad que se alió con el colonialismo para explicar el mundo y el ser humano de forma jerárquica, con los blancos en la cúspide; sabemos bien a qué horrores llevaron estas ideas que tenían fundamentos científicos.

Nadie se enamora “sólo” por que tenga un “subidón hormonal”, por ejemplo. Esto es una reducción al absurdo que sirve para justificar comportamientos que muchas veces no comprendemos, incluso en nosotras o nosotros mismos. Como dice una feminista muy crítica con la ciencia, Sandra Harding, el determinismo es una manera de sellar la ambivalencia, si pensamos que algo es monocausal, pues ya está, no tengo que reflexionar sobre mi vida o mi responsabilidad en ciertas decisiones.

No estoy negando con ello que nuestra materialidad biológica no sea importante en nuestros afectos, pero nos queda mucho por saber sobre cómo integrar la mente, la cultura, el cuerpo, y las maneras de convencernos de que ciertos significados son los verdaderos. En este sentido es importante hacerse siempre la pregunta que nos hacemos quienes nos dedicamos a la historia ¿a quién benefician estas ideas deterministas? Más específicamente ¿a quién le beneficia creer que estoy ‘locamente’ enamorada y que esta es mi media naranja y que tengo por ello que aguantar todo lo que me pase? Si lo miras así, queda muy claro.

– ¿Hasta dónde llega nuestro instinto en esto del “juego del amor”?, ¿y nuestro sexto sentido?

– Las teorías sobre los instintos fueron un “tinglado” científico que duró muchas décadas y que servía y, sigue sirviendo (no hay más que oír algunos de los programas de Punset, sobre todo cuando habla Helen Fisher) para reducir el comportamiento humano a explicaciones biológicas. También se teorizó sobre el instinto desde el psicoanálisis, aunque en España tras la guerra civil las ideas sobre el inconsciente fueran relegadas pues el exilio y la ideología dominante impidieron el cultivo de ideas más complejas, como el inconsciente. En la cultura ha pervivido una cierta noción de instinto como percepción o certeza de difícil explicación racional, quizá algo así como un cierto “olfato”. No hemos prestado aún mucha atención desde la historia a estas ideas culturales tan hondas y comunes que, con frecuencia, son el timón de nuestras decisiones. Aunque yo he intentado con este libro empezar a comprender su significado, nos queda aún mucho por saber. Con frecuencia ese “sexto sentido” puede ser una manera de aceptar, sin examinar, nuestras decisiones, creyendo que el amor es un arrebato que no atiende razones. Como muchas mujeres de los años cuarenta y cincuenta ya nos enseñaban, es mejor comprender sus razones, sobre todo para no auto-justificar comportamientos “kamikazes” que están costando muchas vidas.

– Rosa María, ¿para las mujeres existe el príncipe azul?

– Para muchas sí (lo mismo que princesas azules, pues también en las culturas lésbicas hay mucha ideología romántica). El príncipe azul es parte de la ideología amorosa que nos hace creer que hay alguien “preparado” para nosotras, nuestro complemento. La idea de la complementariedad de los sexos es una idea históricamente vieja generada por el ordenamiento patriarcal del mundo y que ha pervivido con diferentes formatos y ropajes a lo largo de la historia (incluso con argumentos científicos muy serios). Creo que es importante darse cuenta de la diferencia entre saber que hay personas con las que las relaciones transcurren de manera bastante más fluida que con otras –esto lo detectamos en nuestra experiencia diaria–, y creer que hay una persona determinada que nos “completará” y nos hará felices es, simplemente, una fuente de frustración y un componente de algunas versiones de la ideología del amor romántico, que, por cierto, da mucho dinero al negocio de bodas, noviazgos, etc.

– Y si para nosotras existe el “príncipe azul”, ¿qué existe para los hombres?

– Para los varones más que princesas, la ideología suministra “medias naranjas”. Este formato de la mujer complementaria al hombre también ha variado históricamente. Pero no olvidemos que la fórmula romántica es relativamente reciente históricamente y el amor sólo inundó la pareja o el matrimonio desde finales del siglo XIX, como nos ha enseñado Stephanie Coontz en su libro Historia del matrimonio, cómo el amor conquistó el mundo.

– ¿Hasta dónde podemos sentirnos acomplejados ante el hecho de afrontar la ciencia del amor?

– La teoría de los complejos fue la segunda fórmula o “tinglado” con el que someter a las mujeres a la obediencia en el amor. En mi libro he llamado a los instintos y los complejos “dispositivos”, siguiendo la idea de Julia Varela que utiliza la inspiración de Michael Foucault. Estos “dispositivos” son fórmulas que tienen el poder de inmiscuirse en nuestras vidas de manera muy íntima, tanto que resulta muy difícil detectarlas pues nos hacen “legibles” ante los demás en una determinada sociedad. Me explico. El complejo de inferioridad fue una manera más sofisticada de justificar la sumisión obligatoria de las mujeres, porque ya no se usaban los argumentos sobre la inferioridad biológica. Los saberes de las nuevas ciencias psicológicas construían esta idea de que las mujeres, incluso por razones sociales, tenían una subjetividad deficitaria o “acomplejada” que requería de un terapeuta o de un marido. Como con sagacidad comentó Carmen Martín Gaite en Usos amorosos de las postguerra española, un hombre con complejos en la sociedad de postguerra (quizá aún siga siendo así…) era una persona interesante, diferente…, una mujer “acomplejada” no.

– Rosa, ¿tanto crees que nos reprimimos y nos reeducamos desde nuestra imaginación para hacer frente al sufrimiento afectivo?

– Reprimirnos no. Es un término que no me gusta. De hecho, desde la historia de las emociones una medievalista, Barbara Rosenwein, ha denunciado que tenemos una idea cultural muy arraigada de que las emociones son como volcanes interiores a punto de estallar y eso no parece que sea una gran verdad, es una fórmula, un discurso histórico que nos ayuda a explicar las emociones como arrebatos, en lugar de hacerlo, por ejemplo, como “zonas de contacto” entre los seres humanos que contribuyen a darnos forma cuando entramos en contacto con otras personas mediante nuestros sentimientos.

Reeducarnos sí. En nuestra sociedad, en nuestro país, creo que tenemos una visión muy estática de nosotros/as mismos/as. Fíjate la de veces que oímos la expresión de “yo soy así” o “ya sabes cómo es”. Quizá será por la buena influencia de la postmodernidad, o del budismo, no sé, pero creo que sienta muy bien pensarnos de una manera más flexible y responsable. Quizá sea, también, por la influencia en mí de la historia que enseña con contundencia que el cambio es algo real. Podemos cambiarnos a escala social e individual si tomamos la decisión y nos hacemos conscientes de que hay maneras mejores de vivir (de sufrir menos, vamos). Especialmente las mujeres tenemos que confiar en esta idea porque nos han educado precisamente en la contraria.

– Pero ¿cuáles son las mejores estrategias de lucha para reivindicarse en esto del amor?

– Lo que he aprendido de las mujeres que vivieron en las décadas de los años cuarenta y cincuenta de las que hablo en mi libro es que en el amor hay elecciones. Es evidente que las condiciones materiales hacen más o menos fácil el poder elegir, claro está. Pero se puede elegir entre estar en una relación con mucha violencia (y leerlo erróneamente como pasión) o estar en una relación con más tranquilidad con más encuentro e intimidad. Así lo dice también Toni Morrison, una mujer muy sabia, en su novela Amor: “Se requiere cierta inteligencia para amar así, suavemente, sin accesorios”. Esta frase me ha dado muchísimo en qué pensar.

– Yo creo que ya desde hace tiempo manejamos la situación y el timón en esto de las relaciones heterosexuales, pero no todas las generaciones disfrutaron de esta igualdad. Cuéntanos.

– Yo creo que es mejor que la gente se anime a leer el libro para ver estos cambios. Pero tampoco hay que ser “presentistas”, en el sentido de creer que cualquier tiempo pasado fue “peor”; todas las conquistas están siempre cuestionándose y vivimos en un mar de contradicciones que hace a veces muy difícil creer en nuestra capacidad de dirigir nuestras vidas.

– Yo no creo que nos hayamos masculinizado para llegar a la igualdad… más bien creo que hemos aprendido más de nosotras mismas y que nos queremos más y mejor; así que lo llevamos a la práctica y eso se nota en todas nuestras facetas y en lo más mínimo, en el día a día. ¿Qué piensas?

– Ciertamente lo de “masculinizarse” fue un invento patriarcal para cuestionar nuestra identidad, la de las mujeres, si hacías ciertas cosas (estudiar, decidir, mostrar tu deseo sexual o erótico, etc.) parecía que dejabas de ser mujer. Es una estrategia de exclusión del poder. Por eso ahora todo el movimiento queer, tal y como yo lo veo, es tan útil, porque quiere deshacer, desestabilizar esa dicotomía entre ser de forma blindada hombres sólo o sólo mujeres. ¿Qué pasaría si dejáramos de vivir pensándonos o viviéndonos desde ahí, desde dos mundos cerrados y separados? Incluso la biología muestra que en muchas ocasiones nuestros cuerpos son las dos cosas, hombres y mujeres, como muestran lo que hoy llamamos personas intersexuales. Lo masculino no está en la cúspide social o biológica, como históricamente se nos ha hecho creer, las mujeres no hemos logrado más grado de “masculinidad”. Lo masculino, tanto como lo femenino es patrimonio de la humanidad, como los derechos humanos. Por eso me interesó mucho el trabajo de María Laffitte que desarrollo en el capítulo central del libro, porque enunció estas cosas, a su manera, en una época muy adelantada, incluso antes que Simones de Beauvoir, y yendo en ocasiones más lejos, sobre todo en su denuncia de la “ciencia misógina”.

– ¿Hemos dejado de ser obedientes, sumisas… para ser libres de una vez en el amor?

– Creo, como te decía, que ninguna conquista es definitiva y que, a nivel personal, la libertad es un proceso diario, activo. Ser libres en el amor es una tensión, un reto, una aventura. Y en esto da igual que pensemos en el amor de pareja o en el de las amigas y amigos o los padres. Con frecuencia habrá que ser flexibles, comunicarse, lograr buenas dosis de intimidad para poder construir relaciones que nos enriquecen; no se trata, en absoluto, de obedecer. Las mujeres de aquella época se quejaban en sus cartas de la necesidad de construir intimidad, algo que ellas mismas diagnosticaban que a los varones les costaba. Y no podemos olvidar que la intimidad –como la ternura– es muy “sexy”. Pero también dejaron muy claro, incluso algunas canciones, que hay a la vez que construir una “distancia elástica” con la persona amada, porque en ese espacio entre-dos reside el bienestar, es decir en no (con)fundirse con la otra persona, en encontrar una diferenciación flexible. De esto han hablado teóricas contemporáneas como Luce Irigaray y Deborah Thien, pero las mujeres que he estudiado hablaban con mucha sabiduría de esto, de la “orquestación del amor”.

– ¿Yo lo llamo “arte” (puede que me guste y “deguste” demasiado la poesía), pero tan difícil es esto de “ la compleja orquestación del amor”?

– Yo no le pondría el adjetivo de “difícil”, aunque lo “difícil” tiene su erótica. Más bien diría que orquestar el amor ha de ser creativo, un reto a veces, otras un solaz. Un espacio donde abandonarse dulcemente, sin rendirse. Pero hay que empezar por el amor a una misma, eso es muy complejo también. Pero si no encuentras en ti ese lugar para abandonarte dulcemente, difícil lo vas a tener en el amor ajeno.Descargar letra en pdf

Como veis, sumamente estimulantes las ideas que expresa en esta entrevista Rosa María Medina Doménech sobre el amor y los sentimientos, y sobre el papel interesado de la ciencia y de la sociedad en la conformación de los mismos. Sirvan las mismas para nuestra particular manera de celebrar el ya cercano día 14 de febrero!

4 comentarios

  1. Esta presentación fue una experiencia importante. Una manera de experimentar que la historia es útil en el presente, sobre todo útil en la vida de muchas mujeres. El pasado de otras mujeres que vivieron en tiempos muy difíciles puede ser de utilidad para nuestro presente. Gracias por vuestros comentarios y apoyos (Rosa Medina Doménech)

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