Frankie y la boda, de Carson McCullers

Sesión 102 (4 de marzo de 2021)

Carson McCullers (Columbus, 1917-1967)

Frankie y la boda / Carson McCullers. — Barcelona: Seix Barral , 2013.– 239 p.

«‘Frankie y la boda’ es el relato de las ilusiones y decepción de una niña de doce años ante la boda de su hermano mayor, un finísimo análisis de la crisis de la entrada a la pubertad, aguzada en este caso hasta la exasperación por la idea del matrimonio de quien, después de haber sido para ella un compañero, se ha convertido sucesivamente en un soldado, destacado en un puesto lejano e iniciado en un sistema de intereses propio, y en un hombre que, al casarse, va a entrar definitivamente en la esfera de ‘los mayores’.» (La Editorial)

(Lote de 20 ejemplares del libro disponible para su préstamo en el Centro de Documentación María Zambrano, del Instituto Andaluz de la Mujer)

Comentario

Es difícil hablar de este libro pues es de los típicos que tanto me gustan en los que parece que no pasa nada -o casi nada- y a la vez pasan mil cosas, quizá sutiles, sin acciones muy claras que se puedan situar bien dentro de la estructura clásica de planteamiento, nudo y desenlace. En este sentido me recordó el cuento de ‘Una historia con estructura’ del libro ‘En un café’, de Mary Lavin, que leímos en el grupo de lectura hace un tiempo (véase la cita de las páginas 180-182 de la entrada correspondiente en el blog).

Ideas que se expusieron en la reunión: es una historia de iniciación que describe maravillosamente el paso de la niñez a la adolescencia, una historia en la que no sucenden grandes acontecimientos pero en la que los sentidos, todos, están muy presentes: se percibe el ambiente cálido, pesado, de los días y las noches de verano en la ciudad sureña en la que transcurre; los olores y los sabores de la comida que se elabora en la cocina en la que los personajes principales de la obra pasan gran parte de su tiempo; la música negra, de jazz, que llega a las casas y que se oye al caminar por las calles de la ciudad; las formas de los edificios y los colores del cielo…

Con pocos personajes pero muy ‘humanos’, creíbles, entre los que, además de Frankie (cuyo nombre ella misma cambia en la segunda parte de la novela por F. Jasmine), la protagonista, destaca claramente la criada negra Berenice, fundamental en la vida y la formación sentimental de la niña. Y con unos sucesos que muestran la desorientación de esta etapa de transición, y también la vulnerabilidad, los peligros a los que se enfrentan las criaturas a esa edad, y más cuando se trata de niñas (todas estábamos inquietas con la historia entre Frankie y el soldado, y no era para menos).

Y también se dijo que se trata de una novela de contrastes, seria pero con componentes humorísticos, sencilla y profunda a la vez, que trata del sentido de la vida y del peso del transcurrir del tiempo, que posee el valor testimonial de un tiempo desparecido y a la vez eterno. Además, acerca a la vida de la propia autora -hija, ella misma, de un relojero-, que parece que escribió algo así como que “todo lo que he escrito me ha sucedido o me sucederá”, aunque no queda muy claro si lo dijo en la vida real o en la ficción (cita tomada del artículo de Patri de Filippo recogido al final).

En suma, una novela filosófica y existencial, e incluso hasta política pues muestra la injusticia de la situación de la población negra en la época en la que transcurren los hechos narrados, situación que parece seguir siendo parecida según afirmó una componente del grupo de lectura que no hace mucho pasó unos meses por esa zona, opinión que corroboran los disturbios raciales sucedidos recientemente en Estados Unidos, que han vuelto a mostrar las grandes desigualdades entre razas en este país -y en cuál no, habría que agregar-.

A todo lo dicho podemos sumar el uso de un lenguaje precioso, un ambiente evocador, unas descripciones vívidas y poéticas…

En definitiva, una obra que ha hecho las delicias del grupo y que nos ha llevado a entender la afirmación de la autora de que “Yo tengo más que decir que Hemingway, y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner”, autor este último con quien llegó a encontrarse en un acto en el que él, al verla entrar, se acercó ella, la abrazó con fuerza y, emocionado, la llamó «Hija mía», como se cuenta al final de la breve pero muy interesante e informativa presentación de la obra a cargo de Rodrigo Fresán, de obligada lectura.

Y acabo la entrada como terminó la reunión, con la mención por parte de una de las integrantes del grupo del cálido abrazo que Berenice da a Frankie en un momento en que esta está muy nerviosa (véase la cita completa de las páginas 177 a 180), un abrazo que a todas nos hubiera gustado -y nos gustaría- sentir en algunos momentos de nuestra vida

Citas

P. 15: … Aquel verano hacía mucho tiempo que Frankie no era miembro de nada: no pertenecía a ningún club ni pertenecía a nada en el mundo. Frankie, por entonces, era una persona suelta que vagabundeaba por los portales, atemorizada…

P. 62: Frankie seguía de pie paseando la mirada por las cuatro paredes de la cocina. Pensaba en el mundo, que giraba deprisa y libremente, más deprisa, más libre y mayor que nunca… Por último dejó de mirar a las cuatro parecdes y dijo a Berenice:

-Estoy como si me hubieran arrancado toda la piel. Me gustaría un buen helado de chocolate.

P. 69: … ahora ya hacía mucho rato que Jarvis y su novia estaban en Winter Hill. Habían dejado el pueblo a ciento sesenta kilómetros y ellos ahora estaban en una cuidad, lejos … Aquellos ciento sesenta kilómetros no la entristecían tanto ni la hacían sentirse tan alejada como el saber que ellos eran ellos y estaban los dos juntos y ella no era más que ella y estaba separada y sola. Y cuando esta sensación le estaba poniendo mala, de pronto se lo ocurrió un pensamiento y una explicación que la [sic] hizo comprender y casi exclamar en voz alta: «Ellos son el nosotros de mí.» Ayer y durante todos los doce años de su vida, ella sólo había sido Frankie, un yo que tenía que moverse y hacer las cosas por sí sola. Todos los demás podían invocar un nosotros: todos menos ella…

P. 77: … Era el día en que, desde el principio, el mundo dejó de parecerle una cosa separada, y se sintió de repente incluida en él. A consecuencia de ello empezaron a ocurrir muchas cosas, pero nada de lo que pasó sorprendió a F. Jasmine y, por lo menos hasta el final, todo fue natural, de un modo maravilloso.

P. 83: Todavía era temprano cuando F. Jasmine salió de casa, aquel día. El suave gris del alba se había aclarado y el cielo tenía el húmedo color azul pálido de un cielo de acuarela recién pintado y todavía por secar. Había frescor en el aire brillante y frescas gotas de rocío en la parda hierba agostada…

P. 118: –Frankie Addams -dijo Berenice, poniéndose de pronto en jarras-, eres la criatura más egoista que ha existido jamás…

-¡No me llames Frankie! No quiero tener que recordártelo otra vez.

P. 168: [Frankie, después F. Jasmine]: –¿Por qué es contrario a la ley cambiarse de nombre?

Porque alrededor del nombre de uno se amontonan las cosas -dijo Berenice-. Tú tienes un nombre y te van ocurriendo cosas una después de otra, y tú te portas de variadas maneras y haces esto y aquello, de modo que el nombre empieza pronto a tener una significación. Las cosas se han ido juntando alrededor del nombre. Si se malo y tienes mala reputación, no puedes salir de tu nombre y escapar así como así. Y si es bueno y tienes buena reputación, debes estar contenta y satisfecha.

P. 199: Se sentaron en una mesa … y aunque reloj en mano no estuvieron mucho tiempo, a F. Jasmine le pareció interminable. No porque el soldado no fuera amable con ella. Lo era, pero sus dos conversaciones no alcanzaban a juntarse, y por debajo quedaba una capa de extrañeza que F. Jasmine no atinaba a situar ni a comprender…

P. 177-180: F. Jasmine volvió a cabeza y apoyó su rostro contra el hombro de Berenice. Sentía contra su espalda los grandes pechos suaves de Berenice, y su tripa ancha y blanda, y su calientes y sólidas piernas. Había estado respirando muy deprisa, pero al cabo de un minuto su jadeo se calmó de modo que respiraba a compás con Berenice; las dos estaban tan juntas como un solo cuerpo, y las manos rígidas de Berenice estaban cruzadas sobre el pecho de F. Jasmine. Estaban de espaldas a la ventana y delante de ellas la cocina estaba casi totalmente oscura. Fue Berenice la que finalmente suspiró y comenzó a sacar la conclusión de su extraña conversación última.

-Me parece que tengo una vaga idea de adónde ibas a parar -dijo-. Todos nosotros estamos como aprisionados. Nacemos de esta manera o de aquella otra y no sabemos por qué. Pero, sea como sea, estamos aprisionados. Yo nací Berenice; tú naciste Frankie, y John Henry nación John Henry. Y quizá queramos abrirnos paso y campar libremente. Pero, hagamos lo que hagamos, seguiremos presos… ¿no es eso lo que querías decir?

-No sé -dijo F. Jasmine-. Pero lo que no quiero es estar presa.

-Ni yo -dijo Berenice-. Ninguno de nosotros. Y yo estoy pero que tú.

-¿Por qué?

-Porque soy negra -contestó Berenice-. Porque soy de color. Todo el mundo está prisionero de un modo u otro. Pero han puesto unas cadenas completamente especiales alrededor de toda la gente de color. Nos han dejado apretujados y solos en un rincón…

La cocina estaba ya a oscuras. Los tres seguían sentados en silencio, muy juntos, y cada uno podía sentir y oír la respiración de los otros dos. Y, de pronto, sucedió, aunque ninguno de ellos supo cómo ni por qué: los tres rompieron a llorar. Empezaron exactamente en el mismo momento, del modo que tan a menudo aquellas tardes de verano habían empezado a cantar…

P. 231: Conque había sido su padre quien había lanzado a la Justicia tras ella, y no la llevarían a la cárcel. En cierto modo, lo sentía. Era mejor estar en un calabozo donde una puede golpear las paredes que una cárcel que no se ve. El mundo quedaba demasiado lejos, y no había modo alguno de incorporarse a él

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